Raíces y alas

“Solo hay dos legados duraderos

que podemos esperar dar a nuestros hijos.

Uno de ellos son raíces, el otro alas”

Goethe, J.W.

Hacía mucho tiempo que no pasaba por aquí.  Exactamente el mismo tiempo que no he tenido tiempo. Vaya redundancia, pero es la forma más clara de expresarlo. Y lo digo con gusto, porque esta falta de espacio para escribir y de tiempo para dedicarme se ha debido a la crianza, actividad que amo. Y es que este es, sin duda alguna, de entre todos los trabajos que he tenido, el más duro; pero sin duda también, es el que más riqueza me está reportando a nivel personal y emocional. Aprendo a cada paso y con cada error y absorbo como una esponja todo lo que me enseñan mis pequeñas. Y es que, desde que soy madre, la vida me ha brindado una segunda oportunidad para volver a ver el mundo con los ojos de un niño, emocionarme por cosas que había olvidado, reaprender lo estudiado, improvisar como nunca y estar, como siempre, cuando me necesitan.

A veces el cansancio hace mella, a veces me imagino en otro lugar y con otra vida cuando tengo ganas de escapar y no puedo permitirme cinco minutos con la puerta cerrada alejada del jaleo, del ruido continuo, del caos permanente en que se ha convertido la casa que antes era mi oasis, mi remansito de paz. Pero en el fondo, y sin tener que escarbar mucho para llegar a ese fondo del que hablo, por nada del mundo quisiera estar en otra parte. Y ese desastre de casa no está tan mal como parque temático una vez llega la noche y las veo descansar, felices y tranquilas. Casi es el único momento en que dejo de dudar si lo estoy haciendo bien, y siento la tranquilidad de que puedan encontrar esa paz que cada madre y padre desea en la vida de sus hijos.

De corazón os digo que estoy agotada pero feliz, que mis ojeras parecen tatuadas, pero que un avance, una novedad en su desarrollo, un “te quiero” de esas bocas chiquititas, merece cualquier marca que el tiempo pueda dejar tempranamente en el rostro.

Escribo dos años después de la última vez que escribí, cuando se empezaba a ver la luz al final de ese túnel largo y oscuro llamado Pandemia. Y lo hago siendo mamá de dos niñas muy distintas, de dos niñas más mayores. Recuerdo el contexto de la anterior entrada, la pequeña mochila de la mayor y el olor a bebé de la pequeñita, nada que ver con lo que son ahora.

Aunque me siento orgullosa cada día de en lo que se están convirtiendo, me cuesta verlas crecer. Y las miro hoy, cantando las canciones de la radio en el asiento de atrás del coche, diciéndose cosas al oído y pidiendo más espacio y me pregunto cómo será el año que viene por estas fechas.

Me duele ver cómo se sueltan de mi mano, como las frutas maduras se desprenden poco a poco de las ramas, pero las dejo ser y crecer, disfrutando, pese a todo, cada paso del camino.