Uno de los principales motivos que me llevaron a crear este blog es mi convencimiento de que el juego es una de las vías de aprendizaje más importantes que existen.
A través del juego es como los niños y niñas adquieren conocimiento de los aspectos más relevantes de la vida, tales como familiarizarse con su entorno, crear relaciones sociales o conocerse a sí mismos fomentando su autoestima y seguridad.
El juego, en realidad, es un concepto que abarca muchas más variantes de las que podemos imaginar. Es cierto que todas tienen un nexo en común: la diversión. Jugar es algo gustoso, un momento de placer y risas que nos aporta una gran sensación de felicidad.
Podemos hablar, como indicaba anteriormente, de varios tipos de juego: juego simbólico, juego guiado, juego libre… y es este último sobre el que me centraré en el post.
Antes de comenzar, me gustaría indicar, siempre desde un punto de vista personal, que no considero que haya un tipo de juego que sea mejor que los demás, sino que todos aportan beneficios a nuestros pequeños a lo largo de su crecimiento. Por ejemplo, el juego reglado, que suele comenzar alrededor de los 6 o 7 años de edad, nos enseña la importancia de seguir una serie de pautas marcadas previamente para mantener la armonía entre todos los participantes o para conseguir el objetivo propuesto. El juego simbólico ayuda a comprender de qué manera se llevan a cabo determinadas tareas cotidianas desarrollando en los niños el conocimiento del mundo que les rodea y fomentando su independencia…
Cada momento va acompañado de un tipo de juego, y suele ser el propio niño o niña quien va marcando los tiempos para pasar de uno a otro.
Ahora sí: ¿qué es el juego libre? El juego libre es EL JUEGO en estado más puro, un tiempo en que el niño inventa cómo y con qué jugar, sin reglas y sin más limitaciones que la supervisión (que no participación) de los adultos responsables, que serán meros espectadores interviniendo si es necesario, claro está, para evitar accidentes.
El desarrollo del juego libre requiere de tiempo y espacio. El tiempo ideal sería, como mínimo, una hora al día. El espacio idóneo, el exterior, aunque en casa también se puede propiciar.
Si se aporta algún material complementario, conviene no recurrir a juguetes interactivos, cuanto más sencillos y rudimentarios sean, mejor: unos palitos, un poco de plastilina, unas conchas de mar, unos bloques de construcción, arena…
Una vez disponemos del entorno adecuado para el juego libre, sólo hay que ofrecérselo a los peques y surgirá la magia. Su instinto hará que comiencen a crear, a inventar sus propios juegos imperfectos, inesperados, caóticos o no!, siempre geniales y sorprendentes.
Este tipo de juego les ayuda a expresarse libremente y, por tanto, les aporta un mayor conocimiento de su propia personalidad, de sus gustos, también les ayuda a expresar sus emociones, sus frustraciones y a saciar su curiosidad.
Jugando libremente desarrollan la imaginación y la creatividad.
Compartiendo este tiempo de juego sin guía con otros niños, aprenderán a negociar y a desenvolverse por sí mismos para poder divertirse de forma pacífica y compartir el espacio, así como a respetar y comprender las diferentes formas de jugar que tienen sus compañeros.
Respecto a los padres o cuidadores, simples espectadores de esta maravilla, es increíble el conocimiento sobre el carácter, los gustos y las inquietudes de nuestros pequeños que podemos adquirir.
En esta época loca en la que todo avanza tan deprisa, la tecnología se ha convertido en algo indispensable y el espacio para el ocio se ha visto reducido a lo que queda entre el fin de las actividades extraescolares y la hora del baño, este momento para jugar libremente aparece ante los niños como un pequeño oasis necesario, útil y feliz 🙂
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